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Lanzamiento "Casa de Postas de Cuz-Cuz"

Imagen de Lanzamiento "Casa de Postas de Cuz-Cuz"

El libro se lanzará el 1° de julio de 2016 en la sala Ricardo Donoso del Archivo Nacional, ubicado en Miraflores N° 50, la entrada es gratuita.

Viernes, 17 Junio, 2016

Gastón Fernández Montero no sólo es el decano del Consejo de Monumentos Nacionales, representante de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía: este abogado especialista en Derecho de Minería y profesor; pintor notable, ha sabido reproducir a la perfección algunas de las obras clásicas de los artistas nacionales. Como escritor refleja en el libro que presentamos su capacidad de proyectar su imaginación aunando en estilo ameno la erudición, la investigación y el amor por la tierra natal. Su territorio y escenario es Illapel nombre que en mapuzugun significa Garganta de Oro. Ubicada al norte de Chile, en la región de Coquimbo, corresponde a la parte más angosta de nuestro país: 90 km desde el mar chileno hasta la cordillera de Los Andes.

Pareciera que el autor emplea un recurso literario al desentrañar el legado que recibe en su temprana juventud: un arcón o petaca repleta de tesoros históricos. Pero este arcón es tan real como su valioso contenido.

En unas vacaciones, cuando era muchacho, fue invitado por don Osvaldo Astudillo, dueño de la varias veces centenaria Casa de Postas ubicada a cinco kilómetros de Illapel, en el Valle de Cuz-Cuz, situada en el Camino Real -nombre que dieron los conquistadores al Camino del Inca-, es decir el Qhapac Ñan, porque nació mucho antes del dominio incaico. Este anciano dueño era descendiente de un joven soldado español venido del Perú, mucho antes de la travesía de Diego de Almagro. Dicho antepasado formó su hogar con una muchacha diaguita, Rosa Canihuante.

Esta novela revela la belleza y feracidad del paradisíaco valle del estero Pupío, donde estaba el pueblo de indios denominado Las Ramadas o Ramadilla, al sur del actual pueblo de Caimanes. Abundante fauna y flora nativa de gran riqueza se sumaban a las preciosas vetas de oro y cobre. Como señala el autor, la tradición minera illapelina tiene sus raíces en la labor de hombres que no sólo extraían esos minerales desde hacía dos mil años sino también eran conocedores de técnicas de la metalurgia. Lo más característico de esta cultura prehispánica son los petroglifos, de los cuales el valle estaba atestado.

Cuando el Adelantado pasó por el valle con su comitiva, grande fue su sorpresa al hallar este hospedaje. De inmediato, lo declaró Casa de Postas, nombrando a su dueño Maestro de Postas. Este cargo lo desempeñarían generación tras generación todos los primogénitos de la familia, incluido don Osvaldo, quien no fue sucedido por un hijo varón.

Las casas de postas nacieron en Persia en tiempos inmemoriales y su utilidad permitió se difundieran rápidamente en todo el mundo por la necesidad de proveer de alojamiento, alimentación y cuidado de los caballos a los viajeros que recorrían extensos territorios. Se acostumbraba a llevar cuidadoso registro de los responsables como también un libro para que los viajeros anotaran faltas y reclamos. Con el tiempo, la Casa de Postas se encargó de cartas, encomiendas y correspondencia en general.

Esta Casa de Postas illapelina se convirtió no sólo en obligado lugar de acogida para los viajeros y en punto de encuentro sino también en escenario de la historia.

Los honrados Maestros de Postas, todos Astudillo, acostumbraban guardar los objetos olvidados u obsequiados por los viajeros, en un antiquísimo arcón de madera y guarniciones de hierro instalado en el desván.

Gastón es un aplicado estudiante e hijo de ingeniero de distrito de vías y obras entre La Serena y La Calera. Para su sorpresa, Astudillo ve en él a un digno poseedor de su herencia. Lo conduce al desván y abre el arcón. El primer objeto que saca este Maestro de Postas es un casco español fabricado en cuero, sin duda procedente de un soldado de las huestes de Almagro. Al joven Gastón le causa gran emoción tocar el pañuelo de cabeza de Malgarida, la compañera de Almagro, la primera africana que llega a este territorio.

Se van sucediendo los hallazgos, monedas, otros objetos y un fajo de viejos pergaminos rotulados con la palabra 'Vivar' que le dan pie para pensar en olvidados fragmentos de la crónica de Jerónimo de Vivar, compañero de Valdivia.

Con el tiempo, crece la población, y nace la ciudad de Illapel. No tardan en ser poblados los valles y quebradas del entorno, por pirquineros y cateadores buscadores de oro que van desarrollando la minería de la zona, llevan a sus familias y buscan prosperidad.

El objeto más precioso que se guarda en el arcón es el Libro Becerro de Illapel o Libro de Resepcion de Oficios de Cabildo la Billa de San Rafael de Rozas que da principio en el año 1787.

Por preocupación del padre del singular heredero, este libro es donado a la biblioteca del liceo y recibe el cuidado que merece. Pasan los años y Gastón Fernández presenta el proyecto al Consejo de Monumentos Nacionales para hacer valer como Monumento Histórico este libro. Recientemente se ha publicado en el Diario Oficial la declaratoria.

Otros libros guarda el arcón, como uno muy posterior, escrito en inglés titulado: Travels into Chile, over the Andes, in the years 1820 and 1821, by Peter Schmidtmeyer , que olvidó don Ignacio Domeyko, cuando alojó en dicha casa el año 1844.

Una magnífica daga con cacha de marfil, grabada con el lema Viva la República, fue obsequiada por don Benjamín Vicuña Mackenna al abuelo de don Osvaldo Astudillo, en el período de la derrotada revolución de 1851 encabezada por la Sociedad de la Igualdad. Durante este movimiento revolucionario, iniciado en La Serena al mando de don José Miguel Carrera Fontecilla el año 1852, las tropas que acompañaban al veinteañero Vicuña Mackenna, entran triunfalmente a Illapel. Al llegar, sostienen un sangriento combate en la Aguada, inmediaciones de Cuz-Cuz con las tropas gobiernistas de esa época. Como dice Gastón Fernández, su superioridad pudo más que el idealismo y la falta de preparación, tácticas y recursos de los revolucionarios, quienes fueron totalmente derrotados en esa sangrienta jornada.

La construcción del ferrocarril, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, significó la decadencia de la Casa de Postas, pero su dueño la mantuvo hasta el final de sus días.

La fundación de esta Casa de Postas en Chile revela que Diego de Almagro presintió que su aventura era el inicio de la historia de un país. Gastón Fernández ha logrado recrear una notable epopeya desde esa Casa, demostrando que todo habitante de la tierra es parte de la historia, así fuere un modesto pirquinero o una cocinera de la posada. Con esta obra demuestra su ardiente amor y respeto por el patrimonio histórico, amor y respeto que esperamos sea contagioso.

Como si fuera fiel a la metáfora atribuida a Tolstoi: 'pinta tu aldea y pintarás el mundo', Gastón Fernandez nos ofrece una visión de Chile desde el ingreso del primer conquistador español con sus huestes. Pinta la pequeña ciudad a partir de su nacimiento con todos sus aspectos: agricultura, minería, comercio, vida social, sucesos políticos, costumbres, inmigraciones con personajes tan interesantes como Carl Marx, y va configurando el desarrollo y dinamismo de nuestra realidad.

Virginia Vidal.